miércoles, 18 de noviembre de 2009

El Asalto.

Era viernes. Cada viernes, se transformaban ya, desde el jueves A la noche en mi cama, esas tan esperadas ansias, y las cientos de miles mariposas gigantes bailoteando y jugueteando en mi estomagó, por asistir a aquel asalto. Los viernes, eran únicos, mágicos. Tanta emoción que con una sola respuesta podía transformarse en algo tan trágico como la muerte. Esos mediodías de viernes, después de la vuelta del colegio. Era entrar a casa, con Esos nervios y temor guardados en la cartuchera. Sentir El olorcito a la fritura de las milanesas desde la entrada de casa, y Sentarme a mirar la novela, a esperar a Papá. Mamá con su repasador en el hombro, y sus manos llenas De menjunje del rebozado, freía la última milanesa. Las milanesas estaban servidas, con un puré de cajita que manchaba todos Los bordes de mi plato. Algo que odio. Papa llegaba a eso de las dos menos cuarto. Esos veinte minutos de espera se hacían eternos. Hasta que se oía abrir el portón, los pasos y el ruido de las llaves, y La puerta principal. Ahí llegaba. Mis piernitas temblaban, dejaba su maletín, y me daba un beso en la frente. Se quitaba el sacó y se sentaba en su lugar que era la punta. Mis manos para entretener a los nervios, hacían bolitas de pan. El hablaba cosas del trabajo con mamá y yo tenía que esperar la ocasión y respetar mi turno. Hasta que su cabeza giraba hacia mi lugar, sonreía. Y me preguntaba tonterías del colegio. Yo muy astuta respondía felizmente cada una de sus preguntas. Hasta que llegaba mi momento, ese Momento tan esperado, Que en esos minutos se me remordía el estomago…antes de saber su Respuesta. Con mucho pudor e inocencia de mi vos tan dulce Salía la frase de siempre,- Me dejas ir al… Y el ya respondía seriamente antes que terminé. -¿Al asalto de? Y si estaba mal ese día y había tenido una jornada pésima de trabajo . Se la agarraba con una pobre adolescente prohibiéndole lo que más esperaba. - de Julián, el chico del Colegio, que viene al club también. Respondí. - Por esta vez, te dejo ir. Pero que de esto no se te haga costumbre Elenita Ahora ya había superado el obstáculo más difícil. El viernes ahora era mío y Toda la tardé la vivía tan expectante y feliz. LOS PREPARATIVOS DE LA TARDE: Eran las cinco de la tardé, llamaba a María por teléfono. Era mi única y mejor amiga. Esa amiga tan gemela que se transformaba en mi sombra o yo en la de ella. Teníamos esa confianza y ese amor de una por la otra, ese coraje y la valentía de defendernos con uñas y dientes, ante las distintas oposiciones. Esa amistad, que jamás romperíamos, y los pactos sellados de jamás revelar Aquellos secretos y o travesuras que alguna vez cometimos. La invitaba a casa, ella vivía a la vuelta precisamente. Le decía que traiga algunas remeras lindas que tenía, porque ella había heredado Ese tan buen gusto de su madre, tita, a la hora de ir de compras. Y que traiga ese color de uñas rosita pastel, que a mi me encantaba. Y en la Perfumería del barrio ya no lo vendían. Que no se lo olvidé le recalcaba, y otra cosita… Otro mandadito para María. Con la voz bien bajita, para no ser escuchada por mi hermana mayor, ( que compre unos cigarrillos en el quiosco de la vieja ) Salía a la vereda a esperarla y de la esquina se la veía a María. Era retacona Y regordeta, y caminaba gracioso. Su madre siempre la obligaba a hacer estrictas dietas, algo Que a maría le dolía en el alma, y cuando llegaba a casa, abría la heladera Y se preparaba un sándwich de milanesas con las que sobraban, y adentro del bolso Traía miles de chocolates y golosinas que había comprado en lo de la vieja. Nos sentábamos en el jardín de casa a pintarnos las uñas, chusmeábamos Cositas del colegio, y Hablábamos mal de las que no nos simpatizaban. Eran demasiado divertidas nuestras charlas, y nos complementábamos Tan bien. Nos depilábamos las cejas, las piernas, y nos pasábamos Horas enteras armándonos la toca y los ruleros. Íbamos a mi cuarto y revolvíamos todo el placard, el mió y el de mi mamá. Combinábamos remeras, con polleras, pantalones, y mas lo que María había Traído. Le robábamos los corpiños a mi hermana y los rellenábamos de algodón. Nos pasábamos horas frente al espejo. Cociendo, armando, desarmando, Los looks que cuajaban perfectamente para la moda y para despertar miradas en esa intensa noche. EL DESCENLACE: Eran las nueve y media. Los últimos retoques antes de salir. Me miraba al espejo, y con un polvo que le había quitado A mi madre, tapaba ese granito tan molesto que se apoderaba De mi nariz. Mi nariz me incomodaba, era larga y demasiado protagónica Para mi gusto. Mi rostro era pequeño, y Esa cosa tan grande Usurpaba espacio. Además ahora, este grano que ¿justó ahí quiso nacer? No podría haber elegido ¿otro espacio? Justo a mí tenía que pasarme. Me pinté los labios de un color rosa pastel y elegí una fragancia De rosas que a mamá le encantaba. Mi papa apurándome, - ¡Elena, vas a irte caminando! Y yo corriendo, ante tanta presión de un padre incomprensible De que una adolescente no está lista a horario. Había elegido un vestidito blanco con lunares rosas y violetas. Era bonito, y sentía que me quedaba bonito. Al menos a mi me gustaba. Teníamos que pasar a buscar a María , Maite y a Eugenia. Otras amigas. Con las chicas cuchicheábamos y reíamos, pensando quienes iban a estar Y si les íbamos a gustar, y si estábamos bonitas, y con quien bailaríamos. Esas infinidades de dudas, que a partir de minutos, comprobaríamos. La ansiada noche llegó, y bajábamos del Renault de papa. Había globos en la puerta, y ante tantos nervios y frenesí No parábamos de reírnos. Junto a Maria parecíamos mas seductoras, más grandes tal vez. Ese algodón que rellenaba nuestros sostenes, nos daban una Especie de seguridad y feminismo, que las otras todavía no tenían. Entramos a la casa de Julián, Su mama Irma nos había abierto la puerta, Entramos por ese largo pasillo Hasta toparnos con la galería y el jardín. Había luces de colores verdes, rojas, y azules, colgadas a lo largo , Y su resplandor vestían a un simple mosaico desgastado, transformándolo en una extraordinaria Pista de baile. Detrás de una mesa, se encontraban los parlantes y el vinilo. Un hit del momento De Palito Ortega de fondo, y los chicos bailando, con sus pantalones Oxford y sus camisas rayadas en colores vivos, y ese peinado de gomina tan prolijo, y que antes de salir sus madres se humedecían con saliva sus dedos, acomodándole las cejas y el flequillo. El aroma a pachulí que a todas nos enloquecían. Una mesa larga, con vasos y jarras de jugos y coca cola, papitas fritas de copetín, palitos salados, y alguna torta de chocolate casera, eran testigos de esas fiesta Tan inocentona y sana. Era un cotilleo entre nosotras, buscando entre los chicos, el que te hacía perder La cabeza ,la noción, el que te comprimía el corazón, el aire, y esas feroces palpitaciones que se adueñaban de tu cuerpo a la hora de espiarlo, y esa fiebre de amor, y ver escrito su nombre por todos los bancos del colegio. Ahí estába, Juan Martín Carrozo. Ese era el que me gustaba, el que me Volvía loca desde quinto grado. Lo perseguía en cada recreo, Y cada vez que me miraba me sonrojaba desde la punta de los pies, hasta la cabeza. Y cuando me dejaba comprar a mi primera en el quiosco, me moría ante Tanta caballerosidad. Él era distinto a los demás, tenía esos ojos azules Tan frescos, y ese cabello tan bien peinado, y ese encantó tan dulce. Y los zapatos lustrados. Era mi Hombre ideal, y hasta soñaba casarme con él. Lo que me intrigaba era saber si le gustaba. No tenía tanta confianza conmigo misma Pero, si realmente gustaba de mí? Era algo que me atormentaba descubrir. Comenzaron Los lentos, los famosos lentos, que convertían la atmosfera en nostalgia Y en algo de romanticismo bizarro. Era el momento justo, para encontrarte Tan cerca con el chico que te gustaba, y saber si había miradas para cruzar. María ya estaba Bailando con José, el gustaba de ella también, y ella se hacía la inocente, la que no comprendía. Bailaban como si fueran dos estatuas, y con un metro de distancia entre sus rostros. Las manos de María en los hombros de José, y las manos de él, en la gordita cintura de ella es como si bailaran con miedo, a ser devorado uno de el otro., y se movían para la izquierda, y para la derecha. Con un lento de Sergio Dennis, de fondo. Los que no bailaban con nadie, molestaban, como tontos inmaduros, Revoleando palitos salados y papas fritas , en la cabeza del amigo que bailaba. ¡Que tontitos! Yo estaba sentada en una silla en el rincón, juntó a Maite. Hablábamos criticando a las Chicas más bonitas del curso. Como buenas envidiosas adolescentes. Prendimos un cigarrete para coquetear, sentaditas con las piernas cruzadas, cosa que no sabíamos fumar, y solamente Tirábamos el humo por la boca. Me encantaba sacudir ese cigarrillo, y que la ceniza caiga, me hacía sentir una diva. En un momento, mientras apagaba con el taco de mi zapato de gamuza, la colilla Del cigarrillo, veo que Juan Martín se me acerca, fueron esos seis segundos de Creer o reventar, si estaba dirigiéndose a mi, o a la mesa de las bebidas. Pero definitivamente, cuando levanté mi cabeza el estaba ahí. Invitándome a bailar. Era imposible que esto este sucediéndome, pero inconcientemente, me levanté sin omitir ninguna palabra y lo seguí , tomados de la mano, hasta que me condujo a la pista De bailé. Y ahí, suspiré fuerte, mis manos transpiraban, y recién ahora era conciente de lo que me sucedía. Apoye mi cabeza en sus hombros. Y el me tomó de mi cintura. Bailábamos de un lado al otro, lentamente, al ritmo de las suaves melodías. Ahora sentía su perfume de Pachulí desde su piel, cerca de su cuello, y desde su propia ropa. Mi nariz para algo servía esta vez, para atrapar cada olorcito de ese momento, y para que nunca mas se me escape. Sus manos tomaban fuertemente mi cintura, sentía un cosquilleo permanente en mi Panza, y unos latidos rápidos que acentuaban a ritmo con las notas de la canción. El tema de fondo, fue eterno, como ese momento, que deseaba que jamás se terminé Y que él nunca suelte sus grandes manos de mi vestido de lunares. La canción, estaba por llegar a su fin, veía a mi alrededor, los demás bailando sin sentido, no como yo, que estaba completamente transportada a la felicidad del momento. Y oía tararear el último estribillo… Y la canción iba terminando, Y la ultima silaba del cantante sonando.. Hasta que se prendieron las luces blancas, intimidando a todos los que estabamos bailando con un reflector brillante espantoso. La canción terminó. El me soltó, y yo me quedé mirándolo. Así terminó, Eran las doce y papa Enrique estaba por buscarnos. Ahora la magia del asalto continuaba en su próximo capitulo, la semana que viene, El día Viernes.

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